ENTREVISTAS

Agustín Argibay

Siguiendo con nuestro ciclo de entrevistas a los pioneros del club, nos pusimos en contacto con Agustín Argibay, un personaje que por los 80 llegó al valle para trabajar como muchos, junto a su familia.

Sus ex alumnas (muchas hoy son parte del plantel de veteranas) lo recuerdan con entrañable cariño, lo describen como un entrenador pura garra y corazón, todas, todas lo adoran! Cuentan que subía miles de chicas a su auto para llegar a los partidos, que llegaba del trabajo con mocasines y se los sacaba para dar el entrenamiento en «patas».

También las chicas compartieron una anécdota muy graciosa que lo describe a las claras: una vez no querían hacer físico y el desafío fue una carrera donde competían Vivi Rosales (speedy) y Agustín, si él ganaba las chicas hacían físico y si ganaba la más rápida del equipo… zafaban. Por supuesto terminaron todas corriendo, Agustín se sacó los zapatos, corrió, ganó y las puso a entrenar!

Aquí les dejamos sus palabras tal cual nos las envió, un relato cronológico de sus recuerdos, como llegó, lo que fue pasando y como sintió que fue llegando la hora de alejarse.

Llegamos a vivir a Cipolletti en mayo de 1983, mis hijas mayores, Lucía y Soledad, tenían 12 y 9 años respectivamente. Ellas, el año anterior, jugaban hockey en el Club Aranduroga de Corrientes, quisieron hacerlo acá y nos acercamos a Marabunta. Fue un sábado por la tarde en de junio de ese año. Ese día estaban practicando unas siete chicas dirigidas por Alejandra Barrili, sus hijas, María y Constanza Silva, y las tres hermanas Schindler. Estaban un poco huérfanas de apoyo y les ofrecimos acompañamiento.

Nos hicimos amigos de la gente del Neuquén Rugby Club, no había en ese momento otro club que hiciera hockey en la zona. Arreglamos con Raúl Botazzi, el entrenador de NRC, jugar una sábado en cada club, nos metíamos en uno, dos o tres autos e íbamos de acá para allá y viceversa.

Empezamos con una quinta división en cada club, enseguida armamos sexta y séptima y se despertaron también para el hockey el Deportivo Roca, el Polo Club de Neuquén, el Tenis Club de Neuquén y Club Santafecino de Neuquén. Entre todos decidimos armar la Federación de Hockey de Río Negro y Neuquén. Nos reuníamos una vez por semana en un bar de Nequén y armábamos todos los partidos amistosos del fin de semana.

A nosotros nos tocaba además organizar los equipos de Marabunta, las chicas más grandes entrenaban a las más chicas, había que organizar los viajes en colectivo a Roca o Neuquén y organizarse para recibir a los que nos visitaban.

En un año el club pasó de tener 15 jugadoras a tener más de 200. Empezaron a meterles  miedo e inseguridad a los chicos del rugby, tantas chicas querían jugar al hockey en Marabunta que no sabíamos como atajarlas y varios padres se enojaron terriblemente con nosotros cuando les teníamos que explicar que ya no había más lugar, teníamos tres equipos por división A, B y C en quinta, sexta, séptima y octava, y además debíamos fabricar árbitros y entrenadores.

Una vez fui árbitro, el otro era el entranador del otro club, el tipo bombeada descaradamente, perdí la paciencia y me empecé a meter en su territorio… tuvimos que suspender el partido para que no hubiera lesionados.

En esos años el hockey explotó en Marabunta y en todos los demás clubes del Valle.

Además de los que mencionamos aparecieron también el club La Picasa en Cinco Saltos, YPF en Plaza Huincul, un club en Allen, otro en Villa Regina y Rincón Chico en Piedra del Águila. Hubo que marcar canchas, cortar el césped, construir arcos, conseguir entrenadoras, contratar colectivos y lograr que los padres acompañaran y colaboraran y que no consideraran al club como guardería.

Nosotros no sabíamos nada de hockey y poco fue lo que aprendimos, tuvimos que hacer de todo: entrenar, ser árbitros, organizar y conseguir plata para las inscripciones y los movimientos.

Como entrenador improvisaba a la siesta, martes y jueves de 14 a 15 horas. Para mí era como un recreo, me divertí mucho, tuve siempre una excelente relación con la mayoría de las chicas y guardo un lindísimo recuerdo de esos años. Muy pocas eran las que se retobaban, una vez fui amenazado por el padre de una de ellas por no haberla incluído en el equipo ese fin de semana.

Muchas veces cargué a 11 o más chicas en mi auto para llevarlas a un partido, algunas veces teníamos que buscarlas en sus casas para poder completar los equipos.

Cuando había un campeonato de seven, con muchos equipos, nos teníamos que prestar los arcos entre los clubes. Una vez al camión que llevaba los nuestros al Neuquén Rugby se le cayó un arco en la Ruta. La construcción de los arcos era un laburo enorme y costaba plata, teníamos un herrero amigo al cual podíamos recurrir.

Una vez, con las maderas de uno de esos arcos alguien del club hizo un asado.

A fin de cada año hacíamos una fiesta dónde entregámos premios a los equipos campeones y a las jugadoras más destacadas. La entrada y la valoración de la mujer en el Club costó esfuerzos y exigió un cambio cultural, en algunas de aquellas fiestas había personas que disfrazándose de mujeres las caricaturizaban de manera grotesca y vulgar.

Esas cosas fueron accidentes y tropezones en el camino de poner a las chicas en igualdad de tratamiento en un club que, como Marabunta, cumple un rol extraordinariamente importante en le educación de chicos y chicas de Cipolletti.

Durante seis años entregué un tiempo muy importante de mi vida al hockey y a Marabunta. Estoy orgulloso y feliz de haber hecho algo para ayudar a la integración de la alegría femenina en un querido Club como Marabunta.

Hubo algunos episodios que, sin embargo, nos asustaron: una tarde de sábado, después de haber organizado toda la jornada, de haber enviado a varios equipos en sus colectivos a diferentes destinos, siendo las siete y media de la tarde, en invierno, tocan el timbre de mi casa, era un padre para avisarme que su hija no había vuelto todavía de su partido. Agarré mi auto y fui a Neuquén a buscar a las chicas. Las encontré  caminando por la ruta, de noche. El colectivo no las había ido a buscar. Eran chicas de 15, 16 y 17 años. Me asusté, pensé que podía haber pasado algo grave.

Me dí cuenta que los hechos me habían superado y que las cosas no podían seguir así, y decidí buscar la participación de muchos padres para que se hicieran cargo de sus hijas.

Poco a poco me fui retirando…