VIENTO DEL OESTE
El viento esa tarde sopló extraño.
No más fuerte que otras veces, quizás más empecinado y los viejos eucaliptus lo escucharon.
Una rama que apuntaba hacia el este, naciendo casi desde el suelo, no pudo sostener su peso en el viento y se arrancó del tronco.
“SE CAYO UN ARBOL EN EL QUINCHO!!”
La noticia nos fue reuniendo a todos, grandes, chicos, amigos, mujeres y hombres del Club alrededor de los escombros observando fascinados (las catástrofes pueden hipnotizar también) lo que hasta la mañana era el quincho y ahora era un despojo de chapas, ladrillos y vidrios bajo las ramas.
La noticia dice que un día de octubre de 1991, un gajo de 27 m de largo de uno de los eucaliptus se desprendió por efecto del viento y cayo cruzando las tres alas del quincho, destruyéndolo por completo.
Por completo no, descubriríamos después, cuando de entre los restos salió ilesa la vitrina de vidrio y madera donde estaban los trofeos, recuerdos y copas, cuando fuimos encontrando casi todos los cuadros enteros (se rompió un vidrio en uno solo de ellos), y cuando emergió entera la vieja chimenea de ladrillos, generoso testigo de tantas reuniones, terceros tiempos y charlas de invierno. Tampoco se lastimó nadie, aunque si hubo algún susto: las personas que trabajaban con el concesionario, únicas que estaban en el lugar cuando les desapareció la pared de la cocina y el techo delante de su cara.
Algo misterioso pasó, que el árbol solo rompió lo recuperable.
Esa noche espontáneamente hubo reunión en la única construcción posible, la casa del Club (conocida entonces por la casa de Puchi, y que más tarde sería la casa de Don Rota, según el habitante circunstancial). El viento, un poco más débil, aun arremolinaba hojas y restos.
Charlie Solari, Quito, el Vasco, Daniel Bargués, el Guigui, El Chileno Gimenez, el Pato, el Colorado Lomazzi, el Ruqui Quadrini, Falucho, el Potro, Tito García y varios más, en los que abundaban las miradas serias o tristes.
Al principio todo era estupor, sin una idea, sin saber qué hacer, hasta que alguno o algunos, indudablemente los hombres más sólidos de ese grupo, lentamente comenzaron a levantar la cabeza de la pesadumbre y a edificar lo que seguramente sea la matriz del alma de Marabunta, su Espiritu de Sacrificio, su capacidad de presentar batalla aun cuando la lucha parece perdida.
Surgieron pensamientos, convocatorias, propuestas y entusiasmo. Alguien tomó una hoja prestada de un cuaderno y al ritmo de las imágenes y de la mística en el aire, dibujó un árbol, solo, de pie, alrededor del cual esbozó un nuevo quincho, sostenido para siempre por esa rama infortunada.
Al día siguiente, la tristeza dio lugar a la actividad, a la necesidad de recuperarse y seguir adelante. El Club se llenó de gente, desde el Rugby y Hockey infantil hasta las Primeras divisiones, que se acercaron a ayudar, desmantelando todo lo destrozado.
La impresión que tengo de ese día y los que siguieron era casi de entusiasmo (pero puedo estar desvariando), todos a la par trabajando, recibiendo con una alegría inmensa cada cosa que rescatábamos entera debajo de las ruinas y que depositábamos en un costado.
Al final, se terminó de limpiar, y todos observamos cuando se despejó la estufa, que quedó de pié como señalando cual era nuestro camino.
En el medio, un gigantesco gajo, que en cualquier otro lado hubiera jugado de árbol, yacía sobre el quincho, suponiéndose muerto, pero sin saber que estaba destinado a renacer para siempre frente a nuestras miradas, cada vez que entramos al nuevo quincho del Club Marabunta, porque tal como, entre cosas, escribiera Charlie Solari aquella misma noche:
”Que importante es un Quincho en un Club de Rugby, que importante fue nuestro Quincho.
Por el pasó tanta energía de cientos de jugadores y jugadoras, chicos y grandes, dirigentes y entrenadores. Esa Energía mágica que nos mueve en nuestro juego para sobreponernos a la adversidad constante y que nos va a permitir reponernos de esta nueva prueba, con esa Energía que no es otra cosa que pasión, construiremos un nuevo quincho y transferiremos toda la historia, todos los cuadros, todas las voces y gritos, todas las tristezas y alegrías que tenían las paredes, techos y chimenea de nuestro viejo y nuevo Quincho.
Porque desde los más chicos a los más viejos somos responsables de mantener nuestras tradiciones y nuestra historia, que no tengan duda es muy rica.”
El resto es historia común, de mucho esfuerzo, que quizás contemos otro día.
Cipolletti, diciembre de 20XV.-